La Batalla de Boyacá, ocurrida el 7 de agosto de 1819, constituyó un hito fundamental en el transcurso de la guerra de independencia de la Nueva Granada, porque permitió al ejército Libertador asegurar buena parte de la región central del virreinato y conquistar la capital, Santafé.
Esta constituye un punto de inflexión para la derrota del ejército Pacificador, enviado por el rey Fernando VII desde la península, con el objetivo de perseguir a los “insurgentes” de la monarquía. Esta batalla fue parte esencial de la Campaña Libertadora, liderada por Simón Bolívar desde inicios de 1819; la cual partió de los llanos colombo-venezolanos de Casanare y Apure, pasando por la cordillera central hacia la capital granadina y continuando hacia el sur del territorio.
Precisamente, hacia 1820 se concretó el fin de la conflagración bélica, mediante el acuerdo de armisticio entre revolucionarios y realistas, realizado en la ciudad venezolana de Trujillo, donde se reconoció la derrota política de España sobre la Tierra Firme, es decir, los territorios que correspondían al virreinato de la Nueva Granada y la capitanía de Venezuela.
Más allá de las consecuencias militares, la victoria de Boyacá tuvo efectos de trascendencia política, dentro del agitado proceso de ruptura con el imperio español. En particular, porque facilitó al surgimiento de la Gran Colombia, vanguardista república creada el 17 de diciembre de 1819, en el marco del Congreso constituyente de Angostura (instalado desde el mes de febrero de dicho año).
En razón de la conexión revolucionaria entre la Nueva Granada y Venezuela, por la conjunción de sus libertadores, de sus luchas anticoloniales, de sus ejércitos y actores revolucionarios, la naciente República de Colombia estaba constituida, inicialmente, por el virreinato y la capitanía. La antigua provincia de Panamá se declaró libre de España el 28 de noviembre de 1821, fecha en la que también procedió a integrarse a la recién creada república, en tanto que departamento del Istmo. Y la Audiencia de Quito hizo lo propio, cinco días después de concluida su independencia, tras la Batalla de Pichincha del 24 de mayo de 1822.
La de Angostura fue la primera constitución revolucionaria en proclamar un “pueblo nuevo”, como recurso para borrar el pasado de confrontación y proponer un destino común; allí, se fijaba un gobierno de primacía militar que buscaba estabilizar el fin de la guerra y hacer frente a los graves problemas financieros que derivaban de la revolución
Este nuevo estado emergía bajo condiciones geopolíticas complejas, en razón de su gran extensión y por situarse en cercanías tanto de México como de Perú, que eran los dos centros del poder colonial hispánico en América. Realidad que condujo a que Colombia surgiera con vocación de liderazgo republicano para Suramérica y que fuera reconocida por su originalidad política tanto en América como en Europa. De hecho, su autonomía fue objeto de debate en ámbitos internacionales durante sus primeros años de existencia
Los mandatarios grancolombianos debieron asumir el desafío de consolidar las independencias y crear las primeras instituciones republicanas, por lo que el presidente Bolívar continuó las campañas militares y su vicepresidente, Francisco de Paula Santander, estuvo a la cabeza del gobierno. La combinación de estas dos personalidades tuvo un exitoso comienzo y la prueba de ello fue la reelección de ambos estadistas, para continuar en sus cargos en el periodo que iniciaba en 1827.
Sin embargo, paulatinamente, se presentaron choques entre autoridades civiles y militares, en la medida en que gran cantidad de posiciones en el ejército habían sido ocupadas por venezolanos, mientras que los cargos judiciales y administrativos estuvieron en manos de una mayoría de abogados neogranadinos. Esto dio lugar a que aumentaran las tensiones regionales registradas a lo largo de su existencia y exacerbadas desde el momento en que se designó a Bogotá como capital de la Gran Colombia.
La coherencia entre los principios revolucionarios y su puesta en práctica resultó una tarea llena de contradicciones, luchas políticas y negociaciones entre actores sociales, que se imponían dentro del nuevo orden republicano.
Finalmente, se llegó a una disputa que enfrentó dos bandos: los bolivarianos y los constitucionalistas, por lo que, para finales del año de 1827 los tres departamentos colombianos, Quito, Cundinamarca y Venezuela, comenzaron a ejercer de facto una gran autonomía política, que anunciaba la ruptura[7]. Después de una controvertida dictadura de Bolívar, en 1828, el antiguo virreinato granadino se constituyó como un Estado independiente, en 1832.
La “Gran Colombia” fue el nombre que le atribuyeron los historiadores del siglo XX a la vasta república que existió entre 1819 y 1831, para distinguirla de la actual Colombia; la cual recibió este nombre tan solo a partir de 1863, cuando se denominó al país como Estados Unidos de Colombia.
La grandeza y originalidad de esta efímera república suramericana debe conmemorarse tanto, como las batallas libradas por sus líderes y militares; así como darle un lugar preponderante en la historia política de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá, las cuales hicieron parte de este primer proyecto republicano, mediante el cual se consolidaron sus independencias y se crearon las primeras instituciones políticas sobre las que reposan estas repúblicas hasta el día de hoy.
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