La sabiduría matemática de los insectos

Los insectos no han estudiado matemáticas, pero la azarosa evolución darwiniana ha propiciado que se produzcan algunas felices coincidencias o simetrías que vinculan el comportamiento de los insectos y las matemáticas.


A continuación, algunos ejemplos.


Ley de Dolbear

El ritmo al que cantan algunas especies de grillos nos permite calcular la temperatura ambiente sin necesidad de termómetro, gracias a lo que se conoce como la Ley de Dolbear, porque este hallazgo lo protagonizó el físico Amos Dolbear en 1987, tras sus observaciones del grillo del árbol nevado (Oecanthus niveus).



Según Dolbear, el macho de este grillo efectúa 80 chirridos por minuto a temperaturas de 15 grados centígrados. Esta frecuencia sube hasta 120 chirridos a temperaturas de 21 grados. En consecuencia, para calcular la temperatura ambiente basta con sumar 5 al número de chirridos que hace el grillo durante un intervalo de 8 segundos (si bien la fórmula solo tiene éxito para temperaturas de entre 5 y 30 grados).


Abejas matemáticas

Otro ejemplo de la sabiduría matemática de los insectos viene del mundo de las abejas. Ellas solas han resuelto, gracias a lo que se conoce como inteligencia colectiva, uno de los problemas matemáticos más complejos de la historia: el problema del viajante de comercio, es decir, la forma más eficiente de visitar todas las ciudades hasta regresar al punto de partida.


El problema fue formulado por primera vez en 1930 y es uno de los problemas de optimización más estudiados, pero las abejas ya lo tenían resuelto gracias a la evolución natural, tal y como descubrieron Lars Chittka y su equipo, de la Escuela Queen Mary de Ciencias Biológicas y Químicas de la Universidad de Londres: sus rutas por cientos de flores siempre trazan la trayectoria más corta, sin importar lo compleja que sea.


Otros animales matemáticos

Muchas otras especies están íntimamente ligadas al mundo de las matemáticas. Ya en 1940 el biólogo Otto Koehler demostró que las palomas podían ser entrenadas para picotear un grupo de tres semillas e ignorar otro grupo que contenía dos. Las cornejas también pueden aprender a reconocer patrones visuales con el número «correcto» de puntos y obtener así una recompensa escondida.

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