He concluido este libro hacia el final del año mas turbulento de la historia reciente. Escribo este epilogo en noviembre de 2020, cuando la COVID-19 ha matado a mas de 1,4 millones de personas en todo el mundo y hemos entrado en otra ola de contagios y muertes. La pandemia ha cambiado nuestra manera de trabajar, vivir y relacionarnos.
Por otro lado, 2020 nos ha traído
nuevos motivos de esperanza respecto al cambio climático. Tras la elección de Joe Biden como presidente, Estados Unidos está preparado para recuperar el
liderazgo en este campo. China se ha fijado el ambicioso objetivo de alcanzar
la neutralidad de carbono antes de 2060. En 2021, la ONU celebrar otra
importante cumbre sobre el cambio climático en Escocia. Nada de esto garantiza
que obtengamos progresos, por supuestos, pero abre numerosas oportunidades.
Tengo la intención de dedicar buena
parte de 2021 a conversar con líderes de todo el mundo sobre el cambio
climático y la COVID 19. Defenderé ante ellos la tesis de que muchas de las
lecciones que nos han enseñado la pandemia así como los valores y principios en
los que se fundamenta nuestra lucha contra ella son también aplicables al
problema del clima. A riesgo de repetir lo que ya he expuesto en otros
capítulos, resumiré dichas lecciones en estas páginas.
En primer lugar, necesitamos
colaboración internacional. La frase <<tenemos que trabajado hombro con
hombro contra la COVID-19, el mundo ha realizado avances extraordinarios, como
por ejemplo el desarrollo y el ensayo de vacunas en un tiempo record. En
cambio, hemos demonizado a otros países o nos hemos negado a aceptar que las
mascarillas y la distancia social frenan
la propagación del virus, en vez de aprender los unos de los otros, hemos
agravado la situación.
Lo mismo ocurre con el cambio climático.
Si los países ricos solo se preocupan de reducir sus propias emisiones sin
tener en cuenta que las tecnologías limpias deben ser viables para todos, nunca
llegaremos al cero. En este sentido, ayudar a los demás no es solo un acto de
altruismo, sino también algo que nos conviene.
Todos tenemos motivos para lograr
la meta del cero y ayudar a otros a alcanzarla. La temperatura no dejara de
subir en Texas a menos que las emisiones dejen de aumentar en India.
En segundo lugar, debemos
permitir que la ciencia o, para ser más precisos, muchas ciencias distintas nos
iluminen el cambio. En el caso del nuevo coronavirus, nos han ido de guía la
biología, la virología y la farmacología, así como ciencias políticas y la economía, pues al fin
y al cabo, decidir cómo distribuir las vacunas de forma equitativa es un acto
eminentemente político. Del mismo modo que la epidemiologia nos señale los
riesgos de la COVID-19 pero no cómo combatirla, la climatología nos indica porque
debemos cambiar de rumbo pero no como hacerlo. Para ello, debemos recurrir a la
ingeniera, la física, las ciencias
ambientales, la economía y otras disciplinas.
En tercer lugar, las soluciones
deben cubrir las necesidades de los más perjudicados. Con la COVD-19, las
personas que más han sufrido son las que no tienen la opción de trabajar desde
casa o de tomarse días libres para ciudar de sí mismas o de sus seres queridos.
En su mayoría se trata de personas no blancas o de bajos recursos.
En Estados Unidos, las tasas de
infección y muerte por la COVID-19 entre negros e hispanos son
desproporcionadamente altas. Los estudiantes de estos colectivos cuentan con
menos facilidades para asistir a clases en línea que los blancos. Entre los
beneficiarios de Medicare, el programa de cobertura sanitaria del gobierno de
Estados Unidos, los pobres tienen un índice de fallecimientos por coronavirus
diecinueve veces más alto. Cerrar estas brechas será esencial para controlar el
virus en Estados Unidos.
El nuevo coronavirus ha malogrado
décadas de progreso en la lucha contra la pobreza y la enfermedad. Para lidiar
con la pandemia, los gobiernos han desviado recursos humanos y económicos de
otras prioridades, como los programas de vacunación. Según un estudio del
Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud, en 2020 las tasas de vacunación
han descendido a su nivel más bajo desde la década de 1990. Hemos retrocedido
veinticinco años en unas veinticinco semanas.
Los países prósperos, que ya realizan
cuantiosas donaciones en beneficio de la salud mundial, tendrán que ser aún más
generosos para compensar esta perdida. Cuando más inviertan en el
fortalecimiento de los sistemas sanitarios del planeta, mejor preparados
estaremos para la siguiente pandemia.
Del mismo modo, debemos
planificar una transición justa a un futuro con cero emisiones. Como
argumentaba en el capítulo 9, los habitantes de las zonas desfavorecidas
necesitan ayuda para adaptarse a un mundo mas caluroso. Y los países
privilegios deben ser conscientes de que la transición energética ocasionara
perjuicios a las comunidades cuya
economía se basa en los sistemas de energía actuales: los lugares donde la
principal industria es la minería del
carbón, o aquellos en los que se elabora cemento, se funde acero o se fabrican
coches. Además, mucha gente ocupa empleos vinculados de forma indirecta a estos
sectores; cuando haya menos carbón y combustibles que transporte, habrá menos
trabajo para camiones y ferroviarios. Una porción significativa de la economía
de la clase trabajadora se verá, por lo que es imperativo poner en marcha un
plan de transición para dichas comunidades.
Por último, podemos tomar medidas
que rescaten las economías castigadas por la COVID-19 y, al mismo tiempo,
estimulen la innovación necesaria para evitar un desastre climático. Al
invertir en investigación y desarrollo de energías limpias, los gobiernos
pueden impulsar una recuperación económica que a su vez contribuya a aminorar
las emisiones. Si bien es verdad que el
gasto en I+D rinde frutos a largo plazo, también tiene consecuencias
inmediatas: el dinero genera empleos en poco tiempo. En 2018, la inversión del
gobierno estadounidense en investigación y desarrollo en todos los sectores
mantuvo de forma directa e indirecta más de 1,6 millones de puestos de trabajo,
lo que se tradujo en un ingreso de 126000 millones de dólares para los
trabajadores y una recaudación tributaria estatal y federal de 39000 millones
de dólares.
La I+ D no es el único ámbito en que el crecimiento económico va de la mano de la innovación en tecnología de cero emisiones. Los gobiernos también pueden ayudar a las empresas de energías limpias a crecer con políticas que reduzcan las primas verdes y faciliten que los productos verdes puedan competir con los productos basados en combustibles fósiles. Por otro lado, pueden aprovechar los fondos de los paquetes de ayuda contra el coronavirus para ampliar el uso de renovables y construir redes eléctricas integradas, por ejemplo.
En 2020 hemos sufrido un golpe trágico y demoledor. Sin embargo, soy optimista respecto a nuestras posibilidades de controlar el virus en 2021. Tambien creo que lograremos avances importantes en el terreno del cambio climático, pues el mundo esta mas comprometido que nunca a resolver este problema.
Cuando la economía mundial entro en una grave recesión en 2008, el apoyo popular a las medidas contra el cambio climatico cayo en picado. La gente no concebia que pudiéramos abordar ambas crisis al mismo tiempo.
Esta vez la situación es distinta. A pesar de que la pandemia ha causado estragos en la economía mundial, el apoyo a las iniciativas contra el cambio climático continua siendo tan alto como en 2019. Al parecer, nuestras emisiones ya no son un problema que queremos barrer debajo de la alfombra.
Ahora la cuestión es la siguiente:¿cómo deberíamos aprovechar este impulso? Para mi, la respuesta es clara. Durante la próxima década, debemos centrarnos en las tecnologías, las políticas y las estructuras de mercado que nos encaminen hacia la eliminación de los gases de efecto invernadero antes de 2050. No se me ocurre una mejor respuesta al nefasto 2020 que dedicar los próximos diez años a perseguir esta ambiciosa meta.
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